...todos los pozos lo presentían, pero sólo unos se aventuraron... ¡y comenzaron a vivir en plenitud!.
La fecundidad social de este descubrimiento... se comunicaban en profundidad y la tierra se volvió fértil y florida.
Era el País de los Pozos. Cualquier visitante extraño que llegara a ese país no vería más que pozos: grandes, pequeños, sencillos, opulentos, brillantes, sobrios... Y alrededor de los pozos no vería casi vegetación, pues la tierra estaba reseca. Los pozos hablaban entre sí, pero a la distancia; siempre habría tierra de por medio.
En realidad, lo único que hablaba era el brocal, lo que se ve a ras de tierra. Y daba la impresión de que, al hablar, sonaba hueco. Porque, claro, procedía de lugares huecos. Como el brocal estaba hueco, en los pozos de producía una sensación como de vacío, de vértigo, de ansiedad... Y cada uno tendía llenarlo como podía: con cosas, ruidos, sensaciones raras y hasta con libros y sabiduría. Entre los pozos, algunos tenían un gran brocal en en el que cabían muchas cosas. Otros tenían un brocal pequeñito, pero también cabían cosas. Las cosas pasaban de moda, entonces los pozos las cambiaban. Por eso continuamente estaban llenado el brocal de cosas nuevas, diferentes. Y quien más tenía era más respetado y admirado. Pero, en el fondo, no estaban nunca a gusto con lo que tenían. El brocal estaba siempre reseco y sediento.
¿He dicho "en el fondo"? Bueno, sí. Es que la mayoría, a través de los espacios libres que quedaban entre las cosas que tenían metidas en el brocal, percibían en su gran interior algo misterioso: sus dedos tocaban en ocasiones el agua del fondo. Ante aquella sensación tan rara, unos sintieron miedo y no quisieron volver a sentirla. Otros encontraban tanta dificultad a causa de las cosas que abarrotaban el brocal, que se rindieron pronto y decidieron olvidar aquello que habían "en el fondo". También se hablaba - en la superficie - de aquellas "experiencias profundas" que muchos sentían. Pero muchos se reían y decían que todo eso eran ilusiones, que no había más realidad que el brocal y las cosas que entraban en el hueco.
Pero hubo alguno que empezó a mirar hacia dentro y entusiasmado con aquella sensación que experimentaba en su interior, trató de ahondar más. Como las cosas que había ido metiendo en el brocal le molestaban, prefirió liberarse de ellas y las echó fuera. Y el ruido lo fue eliminando hasta quedarse en silencio.
Sin embargo, algunos intentaron la experiencia. Y después de librarse de las cosas que los rellenaban, encontraron también el agua en el interior. A partir de entonces la sorpresa de éstos fue creciendo: comprobaron que, por más agua que sacaban de su interior para esparcirla alrededor suyo, no se vaciaban. sino que se sentían más frescos y renovados. Y al seguir profundizando en su interior, descubrieron que todos los pozos estaban unidos por aquello que era su misma razón de ser: el agua.
Así comenzó una comunicación "a fondo" entre ellos, porque las paredes del pozo dejaron de ser límites infranqueables. Se comunicaban "en profundidad", sin importarles cómo era el brocal de uno o de otro, ya que eso no influía en lo que había en el fondo. Eso sí: en cada pozo el agua adquiría un sabor, incluso las propiedades distintas: era la característica del pozo.
Pero el descubrimiento más sensacional vino después, cuando los pozos que ya vivían "su profundidad" llegaron a la conclusión de que el agua que les daba la vida y que era su "razón de ser" no nacía allí mismo, en cada uno, sino que venía para todos de un mismo lugar y bucearon siguiendo la corriente de agua. Y descubrieron... ¡el manantial!
El manantial estaba allá lejos, en la gran Montaña que dominaba el País de los Pozos y cuya presencia apenas habían percibido, pero que estaba allí: majestuosa, serena, pacífica y con el secreto de la vida en su interior. La Montaña también había estado siempre allí; unas veces apenas visible, entre brumas, otras veces radiante, siempre vigilante y dándose cuenta de todo lo que ocurría en torno suyo. Pero la verdad es que los pozos habían estado muy ocupados en adornar su brocal y apenas se habían molestado en mirar a la Montaña. La Montaña también había estado siempre aquí, en la profundidad de cada pozo, porque su manantial llegaba hasta ellos haciendo que fueran pozos.
Desde entonces, los pozos que habían descubierto su ser, se esforzaban en hacer más grande su interior y en aumentar su profundidad, para que el manantial pudiera llegar con más facilidad hasta ellos. Y el agua que sacaban de sí mismos iba embelleciendo la tierra y transformaba el paisaje.
Fuente: Thiago de Mello. Uno mismo. Vol. III. 1992: 56-57, Costa Rica.
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